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Ensalada de Letras 17 de Febrero

Por los años setenta y tantos, cuando colaboraba en el entonces diario La Verdad de Agua Prieta, escribía una columna titulada “Cartas a la Doctora Esternón”, por medio de la cual me pedían mis sabios consejos, mismos que les hacía llegar. Pero al ver que muchas de las personas que mi acudían se sentían ofendidas por el simple hecho que les decía la pelada verdad, por lo cual empecé a ganarme enemigos a granel, opté mejor por esconder la pluma para así dejar de escribir. Así pues mi retiro fue por muchos años sólo que ese maldito pero que no puede faltar, ya que ahí en el mismo diario escribía un tipo que se amparaba bajo el pseudónimo de “Aquiles Pico” quien por tenerme bien fichado, quizá hoy que se encuentra desesperado mediante la cartita que más delante leerás, te darás cuenta cuál es su problema y claro juzgarás de acuerdo a tu criterio la contesta que le hago. Con lo que espero ya no vuelvan a pedirme consejos, dado que por mis años ya no coordino bien las ideas.

He aquí la carta que recibí:

Agua Prieta, Son. 26 de agosto de 1997.

Querida Doctorcita Esternón:

A pesar de tantos años de su retiro, por haberle conocido acudo a usted por esta única ocasión en espera de recibir sus sabios consejos, que al igual que a tantas personas brinda. Por hoy me animé a romper su privacía y escribirle para así de una vez por todas salir de dudas y saber a qué atenerme, por eso heme aquí haciéndole saber mi vida y mis tribulaciones, dado que usted para resolver los problemas ajenos viene siendo toda una chingonería, ya que es bien sabido que se las sabe de todas todas y las que no, pues las inventa.

Así pues, en espera que después de estudiar mi caso me conteste y claro me diga mi precio una vez que arregle mi brújula y me diga cuál de todos los caminos será el mejor, porque la mera neta es mucho lo que me urge, pues ya ando viendo al pinche diablo por un agujero.

Así pues comienzo por hacerle saber que hace un chingo y dos montones de años, nací en un pueblito conocido como Colonia Morelos, que viene siendo comisaría de Agua Prieta, siendo cuando tendría pocos meses de ha-ber arribado a éste mundo de lágrimas, mis padres me trajeron con ellos al decidir venir a residir a esta bendita ciudad de Agua Prieta, mejor conocida por los que en ella residimos, como la antesala del cielo, ciudad misma que desde luego me adoptó como jijo putativo.

De cualquier manera aquí transcurrió mi niñez, mi adolescencia y juventud y para acabalar el cuadro hasta hoy que estoy todo viejo, patuleco por lo zambo, bien jodido y bombo, claro que como buen aguapretense lo he dicho y lo sostengo un: “Aquí me quedo, aquí me estoy y chingo mi madre si me voy..!!”.

Así pues, para empezar a entendernos, le hago saber doctorcita, que mi infancia transcurrió en forma más que gris, totalmente gris sin ningún color vivo que alumbrara mi triste existencia, pos bien que recuerdo que por aquellos lejanos años de principio de la década de los 30s, acudí a recibir la enseñanza de las primeras letras y nú-meros al desaparecido edificio de lo que fue la escuela General Vicente Guerrero que por esos años se encontraba enclavado en calles 4 y 5 avenidas 9 y 10.

Bien recuerdo el que por esos primeros años siempre me caractericé por marrano o cochino, pues aparte de andar siempre todo greñudo y piojoso era a más no poder bien mocoso, pues al carecer de pañuelo me la llevaba a puro sorbetón de mocos de color verde que te quiero verde.

Asimismo por carecer de zapatos, pues estos andaban en buenas mulas, por lo cual mis patitas y mis manitas las traía siempre roñosas, que más bien parecían de iguana.

Aparte, por ser mi familia muy pobre, mi ropa de vestir lo era nueva sólo el primer día que asistía a clases, de ahí pal rial, de tanto usarla así como lavarla el desgaste se dejaba ver en forma más que especial en las rodillas, pues de tanto jugar a las catotas o canicas, pa’ más que pronto de ahí los rompía, por lo cual mi santa madre no ganaba pa’ ponerme sendas remiendas o parches de 4×4 pulgadas cuando menos y vaya que por tanto jugar a la cebollita ahí en las nalgas tambor el desgaste se dejaba ver, por lo cual en cada nalga había que ponerme sendos parches que más bien parecía que usaba lentes en el fun-dillo!!. Bien recuerdo que por aquellos tiempos, si bien los profesores enseñaban bastante, éstos quizás amargados porque a pesar de estar más que bien preparados re-cibían (cuando llegaban a recibir), un pinche cheque de 60 y 70 móndrigos pesos mensuales. Por ello creo que aparte de bien capacitados eran bien duros, bien jodidos con los alumnos, estaban amargados pues, ya que aún recuerdo las reverendas chingas, aquellas sonoras y bien colocadas cachetadas que los directores Jesús Salazar, como el otro director Alejandro Méndez, el profesor Francisco Romero Rábago, Abraham Gómez y otros nos atascaban entre ceja y ceja y parte del tragadero, puesto que al ser la forma de imponer la disciplina para con aquellos que nos pasábamos de vivos. Y lo peor, se puede decir era que por aquellos años los padres aceptaban dichas reglas disciplinarias, pues aquellos padres no eran alcahuetes tal como los de hoy en día en que hay de aquel maestro que tenga la osadía vaya de sólo mirar feo a un alumno.

Pero debo aceptar el que claro las bien ganadas chingas que me arrimaban, no lo era por quitarme estas pajas, sino que me atascaban por ser bien cabrón, dado que por aquellos años aún todavía no me componía.

Pero aun así, a pesar de tantos años transcurridos, creo que me querían un chingo y dos montones, puesto que tal parecía no querían separarse de mis huesitos ni dejar de verme. Por lo cual creo que entre ellos acordaron por tenerme dentro de su grupo por espacio de dos años en lugar de uno, todo con la más buena de las intenciones de darme más escuela, misma que hasta hoy es la que me sobra hasta para dar y prestar, puesto que “repití” tal como diría quien fue mi muy querido amigo Jesús “El Kiri” Arias (qepd) repití casi todos los años, hay nomás tírele un pedito doctorcita Esternón, ya que de tanto re-petir tal parecía había tomado carbonato..!!.

Pero como no hay día que no se llegue ni plazo que no se cumpla, un día terminé, es decir gradué del sexto año, la verdad no sé como chingados pero terminé la primaria misma que por aquellos años por no existir en ésta una escuela secundaria, la primaria estaba dividida, siendo del primero al cuarto año de enseñanza elemental, por lo cual al terminar el cuarto año en una ceremonia especial le entregaban a uno un certificado y del quinto al sexto año era enseñanza superior, no “tuperior” como dice el pendejo del “Totatola”, equivalente a secundaria, por lo cual también al terminar entregaban certificado.

Ya una vez que terminé, me desempeñé en varios trabajos, aún a pesar de ser menor de edad, trabajos que en posteriores cartas estimada Doctora Esternón le haré lle-gar si es que su respuesta a la que hoy le mando me deja satisfecho.

Por lo pronto le haré saber que fue a principios del año 1942 cuando por gestiones de quien fuera muy querido amigo el “fedayín” Miguel Lajám Álvarez “Miguelín” (qepd) logré entrar a trabajar al Servicio Postal Me-xicano es decir a la Oficina de Correos, en la cual mi es-timada Doctorcita Esternón, de volada me encasquetaron el alto nombramiento de Auxiliar de Treceava, así mismo en dualidad de funciones me nombraron Jefe del Departamento de Desperdicios, talachero pues y como si fuera poco, dado a las múltiples recomendaciones que sobre mi intachable conducta recibieron, también me re-cibí como alcahuete oficial u sea cartero. Y lo mejor doctorcita, para que nomás pique, lique y califique, hay nomás tírele un pedito al jugoso sueldo que recibía de 114.00 pesos mensuales, mismos que una vez que nos hacían los descuentos de rigor, impuesto sobre la renta, seguro de vida y otras que por hoy no recuerdo que tan-tas chingaderas más, alcanzaba en forma quincenal unos 48.50, sí cuarenta y ocho pesos y centavos, mismos que por hoy dicen que dicha cantidad en aquellos tiempos era todo un capital!. ¿Cómo la ve Doctorcita?, no cree que quienes así piensan están más que jodidos?..

Pero sólo que como suele pasar cuando sucede, pues como no le caía muy bien al subadministrador y menos cuando éste le dio más que buenas recomendaciones a un señor de apellido Valdez que llegó del D.F. a suplir al Sr. Eduardo Grajeda Horne que se había jubilado, pienso que por mi buen comportamiento no me aguantaron y me hicieron manita de cochi pa’ que renunciara, renuncia misma que antes de ya me aceptaron ensartados de la vida. Esto sucedió el mes de marzo de 1945, pero Doctorcita como mi carta en la cual le pido, le su-plico y le imploro me oriente, es bastante larga, mejor la proseguimos en la próxima Ensalada. ¿Entenga?..

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