Notas

La huella de Villa en Columbus

Juan de Dios Olivas/El Diario

Son las 4:45 de la madrugada y el retumbar de los cascos de cientos de caballos al galope rompe el silencio en el pueblo de Columbus, Nuevo México. De pronto, se escuchan disparos de armas y los gritos envuelven todo mientras el fuego comienza a devorar edificios y casas construidas de madera, creando una escena apocalíptica. “¡Viva Villa!”, “¡Viva Villa!”. El grito de guerra de lo que alguna vez fue la poderosa División del Norte del Ejército Constitucionalista es lanzado en territorio estadounidense por aquellos jinetes que portan fusiles o pistolas, sombreros norteños y tejanos, así como cananas al pecho repletas de balas.

Es el 9 de marzo de 1916. Cerca de 600 revolucionarios mexicanos que momentos antes habían invadido territorio estadounidense cruzando por el poblado de Palomas, en el noro-este de Chihuahua, atacan a tiros su objetivo localizado a 4.8 kilómetros (3 millas) de la frontera. Ese día, la arremetida villista se dirige también a las barracas del fuerte Furlong con el objetivo de causar el mayor daño posible, hacerse de armas y regresar a Chihuahua. Con la incursión armada Francisco Villa concretaba un plan pensado por semanas, cuyos motivos todavía no están claros a la fecha pero que dejaría una estela de sangre y provocarían que Estados Unidos invadiera México días después. El episodio convertido en leyenda y salpicado de nacionalismo mexicano, permanece a 101 años de distancia en el imaginario popular, particularmente entre los habitantes de Palomas y Columbus que desde hace 18 años cabalgan de un país a otro recordando aquella batalla y rinden homenaje al Centauro del Norte con un festival que busca estrechar lazos de amistad y de paso aprovechar el turismo que llega a esa frontera, fascinado a conocer los hechos. El fervor es tal que el poblado mexicano es llamado en la actualidad Puerto Palomas de Villa, mientras que en Columbus su parque estatal recibe el nombre de “Pancho Villa”. Un museo en el lugar del ataque da a conocer el episodio histórico que sin duda tiene implicaciones hasta en el rumbo que tomó la Primera Guerra Mundial, en cuyo frente participa la maquinaria bélica que invade México persiguiendo inútilmente al general.

El ataque no fue espontáneo. Los planes para ejecutarlo se pusieron en marcha el 24 de febrero, cuando Villa organiza seis contingentes integrados con los restos de la antigua División del Norte –derrotada un año antes en El Bajío– y que incluía por primera vez soldados reclutados a la fuerza, refiere en su libro “Pancho Villa” el desaparecido historiador Friedrich Katz. Tres de los grupos procedían de Chihuahua, uno de Durango, otro de Sonora –integrado por numerosos indios yaquis– y uno más liderado por Nicolás Fernández con hombres leales de diversas regiones del país que habían pertenecido a otras brigadas militares ya desintegradas.

Dudó Villa: Los villistas partieron de la Hacienda de San Gerónimo en Bachíniva cabalgando durante dos semanas hasta llegar a la frontera, casi siempre de noche para no ser detectados por los carrancistas. Los investigadores calculan que se trató de un grupo de 589 personas, incluyendo 16 vaqueros que fueron reclutados a la fuerza cerca de Colonia Pacheco, en Casas Grandes. Arriban el 8 de marzo a la frontera y desde una colina cercana al poblado de Columbus, el propio general con un pequeño grupo de hombres inspecciona el terreno y tras divisar el blanco duda en llevar a cabo el ataque, pero es convencido por sus lugartenientes.

Antes de enviar a sus hombres al combate, les explica que se trata de una venganza porque Estados Unidos era culpable de su derrota en Agua Prieta, Sonora, al permitir cruzar por su territorio a los carrancistas. Acusa también a los gringos de enviarle armas y municiones defectuosas que propiciaron el declive de la División del Norte.

Recuerda la muerte de 20 mexicanos encarcelados en El Paso, Texas, que fueron bañados con petróleo para “despiojarlos” –entonces una práctica común– y a los que alguien les prendió fuego y asesinó de manera intencional.

El ataque: Al llegar a la línea divisoria, los villistas rompen las cercas de alambre y se dividen en dos columnas, dirigidas la primera por Francisco Beltrán y Martín López y la segunda por Pablo López y Candelario Cervantes. Una arremete contra el campamento militar y la segunda rodea para entrar al pueblo. El asalto toma por sorpresa a los soldados del 13º Regimiento de Caballería del Ejército de Estados Unidos, así como a los habitantes del pueblo. Sólo algunos centinelas y cocineros se encontraban despiertos a esa hora en el fuerte Furlong. Ahí, el cabo identificado únicamente como Griffith reacciona disparando el primer tiro del combate al aire para alertar a sus compañeros, pero pronto una lluvia de balas lo abate para convertirlo en una de las primeras bajas de la invasión.

El grupo de Cervantes avanza al pueblo y llega al hotel Commercial, propiedad del judío Sam Ravel, quien en los primeros años de la Revolución había hecho una fortuna vendiéndole armas y municiones a Pancho Villa, pero que aparentemente le quedó mal cuando la División del Norte requería el material bélico para derrotar a los carrancistas en las batallas de El Bajío. Los seguidores de Villa ingresan a ese hotel, donde son recibidos a tiros por dos gringos que bajaban en esos momentos de sus habitaciones alertados por el bullicio y el ruido de las balas, pero ponto la superioridad numérica se impone y los invasores los asesinan. En medio del tiroteo, la gente de Cervantes interroga a un par de niños y a unas mujeres que les informan que Ravel se había ido a El Paso a visitar al dentista, lo que le salva la vida al comerciante odiado por Villa. Posteriormente Cervantes detiene a Arthur, el hermano menor de Ravel y lo obliga a conducirlo a una ferretería propiedad también del judío. Ahí tratan de abrir la caja fuerte sin lograrlo. Enfurecidos, lanzan latas de queroseno y provocan un incendio que arrasa el negocio y se extiende al hotel Commercial, así como a otros establecimientos aledaños que son devorados por el fuego.

Resistencia estadounidense En el campamento militar los villistas encuentran una resistencia organizada de las tropas estadounidenses que repelen con éxito la agresión. Uno de ellos, el teniente Lucas, con soldados de la tropa F, llega hasta donde estaban guardadas las ametralladoras para protegerlas de los revolucionarios mexicanos y toma uno de los artefactos para disparar contra los villistas. Los hombres de Lucas pronto tienen en su poder cuatro ametralladoras y obligan a los atacantes a replegarse a punta de bala. Sin embargo, las tropas de Francisco Beltrán maniobran y van nuevamente a la carga. Ante la superioridad cambian la situación y obligan a los militares estadounidenses a atrincherarse, pero en ese contraataque se produce la mayor parte de las bajas villistas y estadounidenses. En el pueblo el fuego se extiende y más civiles se unen a la defensa de Columbus disparando desde casas, negocios y hoteles. “Algunos de los huéspedes sacaban sus armas, pistolas y rifles para hacer fuego entre los invasores”, recuerda Laura Ritchie, administradora de un hotel en una versión recabada por Paco Ignacio Taibo II en el libro Pancho Villa, biografía narrativa. De hecho, la mayoría de las bajas en el grupo de Candelario Cervantes las hicieron los civiles, por ello, el revolucionario se vio obligado a incendiar otro de los hoteles, el Hoover, para acabar con quien les disparaba. Sin embargo el fuego, más que ayudar a los invasores mexicanos, les perjudica: los soldados y ciudadanos estadounidenses que defendían Columbus pudieron distinguir fácilmente a su enemigo y repelerlo con mayor eficacia. En esa zona del pueblo hubo al menos 18 villistas muertos y decenas más lesionados, entre ellos Pablo López, uno de los lugartenientes de más alta estima de Pancho Villa y quien participó en diciembre de 1915 en la masacre de un grupo de mineros que viajaban en un tren, en un hecho ocurrido en las afueras de Santa Isabel que trajo repercusiones internacionales.

El botín: Como a las 7:30 de la mañana y al toque de un clarín, los jinetes de Villa comenzaron a retirarse llevando consigo un botín consistente en mulas, equipo militar incluyendo 300 máuseres y 80 caballos. También llevan consigo a decenas de heridos. En la retirada, los jinetes villistas se dispersan para volver a juntarse en algún punto de la frontera en México, donde los esperaba el centauro mexicano. En su persecución, un grupo de alrededor de 30 soldados estadounidenses en sus caballos intenta alcanzarlos a galope, pero es repelido a balazos por villistas que al darse cuenta que los siguen paran y los esperan al estilo mexicano, con las riendas del caballo en la mano izquierda y el rifle en la derecha.

En el ataque a Columbus, los hombres de Villa confiscaron o robaron unos 100 caballos y mulas, quemaron el pueblo y mataron al menos a 17 soldados estadounidenses y a 10 residentes. Sin embargo, perdieron a 73 de sus compañeros que murieron en el encuentro y cinco más capturados y fusilados después. La invasión es considerada una de las peores hazañas militares de Villa, pero cobra relevancia por el efecto nacionalista que provoca entre los mexicanos y en las relaciones diplomáticas del país con Estados Unidos.

El presidente Woodrow Wilson respondió con el envío de 10 mil soldados al mando del general John J. Pershing en persecución de Villa en lo que denomina Expedición Punitiva, que nunca logra atrapar al caudillo pero prepara a las tropas estadounidenses para entrar a la Primera Guerra Mundial.

Se cuenta que durante el ataque, Villa permaneció en Palomas. Desde ahí dirigió la invasión y pudo ver todavía a la luz del día las llamas y el humo que se desprendió de los edificios en Columbus. Al cumplirse 101 años de distancia, el galope de los caballos villistas tomando ese poblado se vuelve a escuchar, pero ahora van en son de paz.

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